Somalia vive desgarrada por la violencia desde que el Gobierno central se vino abajo, en 1991. Dieciocho años después y 14 intentos fracasados de formar gabinete, las matanzas continúan: atentados suicidas, bombas de fósforo blanco, decapitaciones, lapidaciones. (...)
Desde los espesos pantanos que rodean
Kismayo en el sur, perfectos para emboscadas,
hasta el laberinto letal de Mogadiscio, pasando por la guarida pirata de
Boosaaso, en el Golfo de Adén, Somalia es nada más y nada menos que el lugar más peligroso del mundo.
El país entero se ha vuelto un campo de cultivo de caudillos, piratas, secuestradores, fabricantes de bombas, rebeldes islamistas fanáticos, pistoleros independientes y jóvenes desocupados y airados que carecen de educación y tienen demasiadas balas. (...)
El Gobierno de transición de Somalia, una creación de la ONU que estaba tocada de muerte desde que nació hace cuatro años, está a punto de perecer definitivamente, y quizá eso dé pie a una nueva misión internacional de rescate condenada al fracaso.
Abdullahi Yusuf Ahmed, el veterano presidente respaldado por EE UU,
dimitió en diciembre después de una amarga disputa con el primer ministro, Nur Hassan Hussein.(...)
Además de la crisis política, están volviendo a aparecer todos los elementos para una auténtica hambruna –guerra, desplazamientos, sequía, aumento increíble del precio de los alimentos y éxodo de las organizaciones de ayuda–, igual que a principios de los 90, cuando murieron de hambre cientos de miles de somalíes. (...)
Es una de las naciones-Estado más homogéneas del mundo. Casi todos sus habitantes –entre nueve y diez millones– hablan la misma lengua (somalí) y comparten religión (islam suní), cultura y etnia. Sin embargo, en Somalia lo importante es el clan.
Los somalíes se dividen en un número asombroso de clanes, subclanes, sub-subclanes, y así sucesivamente, con lealtades cambiantes y unos complejos antecedentes que llevan años confundiendo a los forasteros.
A finales del siglo XIX, los italianos y los británicos se repartieron la mayor parte del país, pero sus esfuerzos para imponer las leyes occidentales nunca triunfaron del todo. Las disputas solían resolverlas los ancianos de los clanes. (...)
Con el tiempo, da la impresión de que allí donde se dejó que imperasen las costumbres locales, como
Somaliland –en manos británicas–, les ha ido mejor que a las zonas en las que la administración colonial italiana suplantó el papel de los ancianos, como Mogadiscio.
Somalia obtuvo la independencia en 1960, pero rápidamente se convirtió en un peón de la Guerra Fría, valorado por su situación estratégica en el Cuerno de África. Primero fueron los soviéticos quienes introdujeron armas, y luego EE UU.
Cuando los caudillos de los clanes le derrocaron en 1991, los señores de la guerra emplearon todo ese armamento militar unos contra otros y emprendieron combates por ganar cada puerto, cada pista de aterrizaje, cada muelle de pesca, cualquier cosa que pudiera aportar un beneficio. Se mataba a la gente por unos cuantos céntimos. Se violaba a las mujeres con impunidad. El caos engendró una nueva clase de parásitos beneficiarios de la guerra –tratantes de armas, narcotraficantes, importadores de leche infantil caducada–, gente interesada en que el caos continuara. (...) Somalia desde 1991 no es un Estado sino un espacio, sin leyes ni Gobierno, en el mapa, situado entre sus vecinos y el mar.
En 1992, el presidente estadounidense George H. W. Bush trató de ayudar y envió a miles de marines para proteger los envíos de alimentos. (...) Somalia resultó un principio penoso. Bush y sus asesores malinterpretaron el poder de los clanes y no comprendieron la feroz lealtad de los somalíes hacia sus líderes. La sociedad somalí suele dividirse y subdividirse en disputas internas, pero se apresura a unirse frente a un enemigo exterior. EE UU aprendió la lección con sangre cuando sus fuerzas trataron de capturar al caudillo más importante del momento,
Mohammed Farah Aidid. El resultado fue el tristemente famoso
episodio del Black Hawk derribado, en octubre de 1993. (...)
Humillados, los estadounidenses se retiraron y dejaron Somalia a su merced. Durante los 10 años siguientes, Occidente, en general, se mantuvo alejado. Pero las organizaciones árabes, muchas procedentes de Arabia Saudí y seguidoras de la estricta rama wahabí del islam suní, ocuparon su lugar. Construyeron mezquitas, escuelas coránicas y servicios sociales, con lo que estimularon un renacimiento islámico.
A principios de este siglo, los ancianos de los clanes de Mogadiscio establecieron una red informal de tribunales de barrio para imponer cierto orden en una ciudad que lo anhelaba desesperadamente. Detuvieron a ladrones y asesinos, los encerraron y celebraron juicios. Si había unos principios en los que los diferentes clanes podían estar de acuerdo, era en la ley islámica, la sharia, de modo que llamaron a su red
la Unión de Tribunales Islámicos.
La comunidad económica de Mogadiscio vio una oportunidad. En la ciudad estaban los señores de la guerra ( caudillos) y los señores del dinero. Mientras los primeros despedazaban el país, los grandes empresarios de Somalia lo mantenían en pie y garantizaban –con pingües beneficios– muchos de los servicios que suele proporcionar un Gobierno, como la sanidad, las escuelas, la electricidad y hasta un correo privatizado. (...)
Los islamistas se erigieron en la solución, porque ofrecían seguridad sin impuestos y administración sin gobierno. Los señores del dinero empezaron a proporcionarles armas.
En 2005, la CIA vio lo que ocurría y volvió a interpretar mal las señales. Así que EE UU recibió su segundo golpe. Tras los atentados del 11 de septiembre, Somalia se había convertido en un motivo de preocupación. Se temía que acabara convirtiéndose en una fábrica de yihadistas, como Afganistán. Poco importaba que no hubiera demasiadas pruebas. Algunos analistas militares advirtieron que era un país demasiado caótico hasta para Al Qaeda, porque era imposible saber en quién confiar. Pese a ello, el Gobierno de George W. Bush elaboró una estrategia para acabar de forma barata con los islamistas. La CIA delegó la lucha en los caudillos, los mismos matones que llevaban años aprovechándose de la población.(...)
El plan salió mal. A los somalíes les gusta hablar; el país, irónicamente, tiene uno de los mejores y más baratos servicios de teléfonos móviles de África. Rápidamente se extendió la voz de que los caudillos, a los que ya no quería nadie, estaban cumpliendo las órdenes de los estadounidenses.
Eso hizo aún más populares a los islamistas, que en junio de 2006 consiguieron expulsar al último señor de la guerra de Mogadiscio. Entonces ocurrió algo aparentemente increíble: los islamistas calmaron la situación
.(...)
Los islamistas habían unido a clanes rivales bajo la bandera de la fe y habían desarmado a gran parte de la población, con el consentimiento de los clanes, por supuesto. Incluso actuaron contra la piratería e intentaron convencer a los pueblos costeros para que dejasen de apoyar a los bucaneros. Cuando no lo lograban, asaltaban los buques secuestrados y los liberaban. Según la Oficina Marítima Internacional de Londres, en 2006 hubo 10 ataques piratas frente a las costas de Somalia, el menor número de toda esta década.
El breve reinado de paz de los islamistas fueron los únicos seis meses de calma que ha tenido Somalia desde 1991.
Pero una cosa era unirse para derrocar a los señores de la guerra y otra muy distinta decidir qué hacer a continuación. Enseguida se abrió una brecha entre los moderados y los extremistas, que estaban empeñados en librar una yihad.
Una de las facciones más radicales fue el Shahab, un ejército formado por diversos clanes con una interpretación estrictamente wahabí del islam. (...)
En diciembre de 2006, parte de la población empezó a protestar contra ellos porque habían hecho desaparecer su amada
khat, la hoja ligeramente estimulante que los somalíes mastican como si fuera chicle. Se dijo que los jefes del Shahab colaboraban con yihadistas extranjeros, y el Departamento de Estado los incluyó en la lista de organizaciones terroristas. Las autoridades estadounidenses afirman que este grupo da refugio a los hombres que organizaron
los atentados contra las embajadas de EE UU en Kenia y en Tanzania en 1998.(...)
En 2006 surgió una pequeña oportunidad para separar a los islamistas moderados de grupos como el Shahab, y algunos representantes estadounidenses, como el congresista demócrata Donald Payne, presidente de la subcomisión de la Cámara para África, lo intentaron. Payne y otros se reunieron con los moderados y les animaron a negociar un reparto de poder con el Gobierno de transición.
Sin embargo, la Casa Blanca volvió a recurrir a la pólvora. EE UU no iba a encargarse personalmente de la lucha, porque el envío de tropas a Somalia, con las guerras de Irak y de Afganistán en pleno apogeo, habría sido considerado una insensatez. Pero sí designó un sustituto: el Ejército etíope. (...)
Como es natural, Adis Abeba tenía sus propios intereses. Etiopía es un país con unos dirigentes mayoritariamente cristianos, pero en el que casi la mitad de la población es musulmana. Que se produzca un despertar islámico no es más que cuestión de tiempo. Además, el Gobierno etíope lucha contra varios grupos rebeldes, entre ellos uno muy poderoso de etnia somalí. Una Somalia islamista podía llegar a ser una cabeza de puente rebelde. Y los islamistas de Somalia podían terminar aliándose con Eritrea, el enemigo acérrimo de Etiopía, que es exactamente lo que sucedió. (...)
En diciembre de 2006, la Casa Blanca compartió informaciones valiosas con Adis Abeba y le dio luz verde para invadir Somalia. Miles de soldados etíopes atravesaron la frontera (muchos estaban ya en secreto allí desde hacía meses) y derrotaron a las tropas islamistas en una semana. Había algunos grupos de las Fuerzas Especiales estadounidenses con ellos. EE UU lanzó además varias ofensivas aéreas para intentar acabar con los líderes islamistas, así como misiles de crucero dirigidos contra presuntos terroristas.
Casi todos estos ataques han fracasado, han matado a civiles y han contribuido a alimentar el sentimiento antiamericano.
Los islamistas pasaron a la clandestinidad y
el Gobierno de transición llegó a Mogadiscio. Hubo algunos vítores y muchos abucheos, y la insurgencia se reanimó en cuestión de días. Muchos criticaron al Gobierno de transición y afirmaron que no era más que una camarilla de antiguos caudillos, lo que era cierto. Era el 14º intento de establecer un Gobierno central desde 1991. (...)
Rápidamente, el Gabinete perdió el apoyo de los clanes fundamentales en Mogadiscio por sus tácticas duras (e ineficaces) para tratar de eliminar a los insurgentes y por su dependencia de las tropas etíopes. Etiopía y Somalia se han enfrentado en varias guerras por la disputada región de Ogadén, que ahora reclama Adis Abeba y que es étnicamente somalí, de modo que muchos vieron la alianza con Etiopía como una traición.
Los islamistas apelaron a ese sentimiento y se presentaron como los auténticos nacionalistas somalíes, con lo que volvieron a obtener un amplio respaldo. Como resultado, se produjeron intensos combates callejeros entre insurgentes islamistas y las tropas etíopes, en los que murieron miles de civiles. (...)