La instauración de la República en Abril de 1931 despertó las esperanzas de una buena parte de los sectores asalariados, quienes pensaron que había llegado por fin la hora de satisfacer sus demandas.La coalición formada por republicanos de izquierda y socialistas se hizo con el poder tras la dimisión del republicano de derechas Niceto Alcalá Zamora en octubre de 1931. El nuevo gobierno presidido por el republicano de izquierdas Manuel Azaña tenía una tarea harto difícil por delante, cumplir con las enormes expectativas generadas por el cambio de régimen, no sólo entre las capas medias de la población, sino también entre los trabajadores. El panorama se tornó muy complicado.
A las contradicciones existentes en el bloque social que sustentaba al nuevo gobierno (los republicanos de izquierda y los seguidores de
Indalecio Prieto en el PSOE
, y los pertenecientes al ala más radical acaudillados por Francisco Largo Caballero) se le sumó la acción de las derechas aglutinadas en torno a la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), partido estrechamente ligado al clero y que desde un principio se opuso sistemáticamente a todas las iniciativas impulsadas por la coalición gobernante.
La CEDA acataba el régimen republicano y su nueva constitución siempre que éstos no se revelaran contrarios a los intereses de la Iglesia Católica. El parlamento y las demás instituciones republicanas no gozaban de la simpatía ni de la lealtad de los miembros de la CEDA. No es de extrañar entonces que en el seno de la CEDA se desarrollasen tendencias anti-democráticas que llegaban a cuestionar la autoridad del líder y mentor del partido, José María Gil Robles.
La política española hacia mediados de 1934 constituía un escenario cada vez más polarizado. Las políticas aplicadas desde el gobierno, de corte derechista, y que incluían una fuerte represión sobre el movimiento obrero, generaban un clima de creciente enfrentamiento que estallaría finalmente en el mes de octubre, cuando la CEDA el 1 de octubre quita el apoyo parlamentario al gobierno radical, generando una crisis de gobierno que sólo podía resolverse con la entrada de miembros de la CEDA al gobierno, lo que se produciría el 3 de octubre. La izquierda, que venía amenazando con lanzarse a una insurrección armada en el caso de que la CEDA formase parte del gobierno, actúa en consecuencia.
El 4 de octubre, el Comité Revolucionario socialista de Madrid ordena comenzar la insurrección. No eran claros los objetivos políticos que perseguían los dirigentes socialistas con el levantamiento. Probablemente intentaban realizar una demostración de fuerza para obstruir el acceso al poder de la CEDA. O a lo sumo conseguir derribar al gobierno de radicales con apoyo ‘cedista’, para sustituirlo por un gobierno de izquierdas moderado que se mantuviese dentro del marco del orden social burgués.
La CEDA con Gil-Robles a la cabeza había calculado las consecuencias de su entrada en el gobierno, prefiriendo provocar un levantamiento de las izquierdas revolucionarias mientras estuviesen en condiciones suficientemente favorables para infringirles una derrota.
En 1933, la CEDA, con 115 diputados, se convirtió en el partido más numeroso de la Cámara de diputados. Gil-Robles formó parte del Gobierno Lerroux en 1935, como ministro de la Guerra, colocando en puestos de responsabilidad a militares como Franco, Fanjul o Goded, más tarde protagonistas de la sublevación.
La única región española en la que el levantamiento adoptó proporciones de importancia y resultó una verdadera amenaza fue en Asturias. Este hecho se debió, en gran parte, a la radicalización existente entre los trabajadores de esa región. Esta radicalización hizo que en Asturias fuese claro el carácter del movimiento, puesto que los obreros realizaron un intento revolucionario consciente y decidido, orientado a terminar con el sistema capitalista y a sustituirlo por un régimen socialista.
Para ello se contó con una planificación militar emanada de un Comité Provincial Revolucionario que se llevó a cabo con relativo éxito, logrando controlar un tercio del territorio asturiano durante unos días. El plan de los revolucionarios que preveía un rápido dominio de las cuencas mineras para luego avanzar sobre Oviedo se cumple pero con retrasos. La cuenca minera no logra ser controlada con la rapidez esperada, teniendo este hecho como consecuencia un reagrupamiento y reposicionamiento de las fuerzas del gobierno en Oviedo que contaron con tiempo suficiente para prepararse y resistir el asedio de los mineros, cuyo principal armamento era la dinamita, ocupando puntos estratégicos.
Por otro lado, la importancia que se dio a la ‘toma de Oviedo’ (en la que los mineros veían el centro de poder de sus enemigos: la burguesía asturiana, el gobierno y la Iglesia) hizo que se descuidasen posiciones estratégicas como la ciudad portuaria de Gijón, uno de los puntos por los que ingresarían tropas gubernamentales para reprimir el levantamiento.
En los primeros días de la insurrección, que estalla el 5 de octubre en Asturias, los revolucionarios logran controlar la cuenca minera, después de enfrentarse a la guardia civil. En las poblaciones de la cuenca se forman comités obreros compuestos por militantes de las diversas organizaciones que formaban la Alianza Obrera, pero con composición variable.
“Los comités locales controlaban todos los aspectos de la organización social que incumbían a un gobierno. Aparte de las cuestiones militares, se ocupaban del abastecimiento y racionamiento de alimentos, de la sanidad y las cuestiones laborales, de las comunicaciones, la propaganda, el orden público y la justicia. El dinero quedó abolido y se sustituyó por bonos expedidos para cada familia y válida para una cantidad de alimentos determinada, de acuerdo con un censo riguroso.”
Una vez controlada la cuenca minera comienzan a dirigirse columnas de obreros armados hacia Oviedo, donde los trabajadores no habían actuado con la decisión necesaria, dando lugar a que las fuerzas gubernamentales ocuparan posiciones estratégicas para resistir.
“En la capital asturiana se combatió encarnizadamente durante varios días, casa por casa, llegando los revolucionarios a controlar la mayor parte de la ciudad pero sin conseguir acabar con algunos puntos de resistencia (los cuarteles, el edificio del gobierno civil o la catedral) que nunca pudieron ser dominados.”
En Gijón y principalmente por la escasez de armamento, sólo se logran dominar algunos sectores de la ciudad pero pocos días y no se consigue impedir el desembarco de tropas del ejército (al mando del coronel Yagüe). En esta localidad había una fuerte presencia de la CNT, principalmente entre los obreros portuarios. El máximo dirigente de la Regional asturiana de la CNT, José María Martínez, había insistido a los miembros del Comité Provincial Revolucionario sobre la necesidad de enviar armamentos y combatientes hacia Gijón; a pesar de ello, esta demanda no fue atendida. Sólo llegaron columnas a Gijón desde La Felguera, localidad metalúrgica en la que existía un claro predominio sindical de la CNT.
El mayor obstáculo con el que chocaron los revolucionarios asturianos fue el aislamiento, dado que en el resto de España el movimiento había fracasado rápidamente. Las fuerzas represivas del gobierno se encontraron libres para reprimir a Asturias. A medida que iban llegando las noticias sobre la situación existente fuera de la región asturiana y a medida que iban arribando las tropas del ejército se hacía cada vez más claro que los revolucionarios no podrían vencer.
El 11 de octubre se disuelve el Comité Provincial Revolucionario que residía en Oviedo huyendo a la desesperada todos sus miembros al enterarse de la entrada a la ciudad de las tropas al mando del general López Ochoa. Pero las bases obreras convencidas de que en toda España estaba triunfando la revolución exigen que se continúe la lucha. Por eso se forma un nuevo Comité que se traslada a la localidad minera de Sama de Langreo y que remplazaría al Comité disuelto.
En Oviedo se prolongarán los combates hasta el 17 de octubre. Ese día el presidente del nuevo Comité Provincial, el dirigente socialista Belarmino Tomás, negociaría con el general Eduardo López Ochoa y Portuondo las condiciones de rendición. Los revolucionarios se comprometían a entregar todo su armamento a cambio de que se garantizara que las tropas marroquíes no ocuparían la cuenca minera. Estas condiciones no fueron cumplidas, desatándose sobre Asturias una feroz represión ejercida por todos las fuerzas represivas: guardia civil, tropas coloniales y peninsulares del ejército.
En el resto de España la situación fue muy diferente. En Cataluña el carácter de la insurrección no aparece con claridad. Por un lado el gobierno catalán –la Generalitat, en manos de Esquerra Republicana de Cataluña - intenta levantarse contra un gobierno al que considera una amenaza para su autonomía y con el que se encontraba en conflicto abierto. Por otro la CNT, en conflicto con la Generalitat, que restringía sus actividades (a través de detenciones, censura, cierre de locales sindicales) se mantiene expectante. El 3 de octubre el comité regional catalán de la CNT hace público un manifiesto en el que advertían:
“Para el pueblo escarnecido, para los explotados, no puede haber diferencias entre los gobernantes…todos son iguales en la persecución del proletariado, todos son fascistas cuando de defender privilegios se trata…Que nadie se preste a servir de juguete en las luchas que puedan producirse, ya que en ello no tenemos nada que ganar…Que nadie secunde movimientos que no vayan garantizados por las decisiones de la organización. Todo por la CNT. Nada por los políticos.”
La CNT no se movería. Desde su hostilidad hacia la Generalitat y la Alianza Obrera, ni siquiera proclamaría una huelga general. El 5 de octubre de 1934 los trabajadores pertenecientes a la Alianza obrera comenzaron una huelga general en Barcelona que tuvo poco éxito.
El día seis de octubre Lluís Companys, presidente de la Generalitat,
proclamaba el estado catalán dentro de la República española federal. La Generalitat había procedido a detener a numerosos militantes de la CNT y a suspender el órgano de prensa de la CNT catalana. Militantes de la Confederación habían intentado reabrir algunos locales sindicales, enfrentándose con los ‘escamots’ y la policía catalana.
Con todo, el movimiento fracasaría rápidamente. Teniendo como único apoyo armado a los escamots, los catalanistas se rindieron el 7 de octubre en cuanto llegaron a Barcelona tropas del gobierno central al mando del general Batet, que encontraron escasa resistencia a su paso.
En Madrid, dado el peso que allí poseían los socialistas, el éxito del levantamiento dependía en gran medida de su actuación. A pesar de la retórica revolucionaria que el PSOE había adoptado, los socialistas pronto mostrarían sus ambigüedades y su falta de decisión. El movimiento se reduciría en la capital española a una huelga general, declarada por la UGT con el apoyo de la CNT, que resultó ser de una amplitud importante y algunos enfrentamientos aislados con las fuerzas del gobierno, que lograron controlar la situación sin dificultades mayores. Así pues, el movimiento había fracasado rápidamente.
El 11 de octubre el Comité Revolucionario de Madrid se reunía con representantes de la UGT, que comunican que Largo Caballero no deseaba acciones conjuntas con la CNT. El Comité se disuelve. El levantamiento, de todas formas, ya estaba derrotado y Madrid bajo el control del gobierno.
En otras regiones españolas: Levante, Andalucía, el País Vasco, el levantamiento se redujo a huelgas generales con mayor o menor alcance.
Después de la insurrección de 1934 aparecen algunos análisis sobre la participación de la CNT en este proceso. La cuestión más problemática giraba en torno a la actuación de la Confederación en Cataluña, su baluarte histórico. Había resultado llamativo el hecho de que la CNT, la organización obrera y revolucionaria más radical de España, no se había movilizado para apoyar el intento revolucionario más serio y decidido que jamás haya realizado la clase trabajadora española.
La misma CNT que antes había censurado y condenado con dureza las orientaciones adoptadas por la regional asturiana, después de la insurrección la rodeará de una aureola de gloria, además de utilizar su actuación para defenderse y mantener su prestigio.
Abad de Santillán ( CNT y FAI) en un artículo publicado en Solidaridad Obrera en enero de 1935, y Manuel Villar (CNT y FAI catalana, y director de Solidaridad Obrera en el momento de la insurrección) expondrían algunos de los argumentos de los análisis realizados desde los medios libertarios sobre el desempeño de la CNT en los hechos de octubre de 1934. Ambos afirmaban que la CNT catalana no había participado en la insurrección porque no estaba en condiciones de hacerlo, pues se encontraba en una situación de cuasi clandestinidad bajo la represión de la Generalitat, con más de ocho mil activistas presos, los locales cerrados y sin armamento. Alegaron que los levantamientos impulsados por los libertarios en 1932 y 1933 habían consumido las fuerzas de muchas regionales y desatado una dura represión sobre ellas.
Lo sucedido en Asturias toma por sorpresa a la CNT que quedará algo desprestigiada, después de la insurrección, por su pasividad en Cataluña. Según Abad de Santillán, la CNT catalana desconocía la situación existente en Asturias, por eso habría ordenado el 7 de octubre volver al trabajo a los obreros que espontáneamente habían apoyado la huelga.
La actitud claramente pro-patronal de la mayor parte del catolicismo español generó mucho resentimiento entre una buena parte de la clase trabajadora. Sus compromisos económicos y políticos con los sectores dominantes eran mucho más fuertes que su sensibilidad social. Esa actitud pronto fue tomando la forma de actos de violencia por parte de los obreros contra los miembros del clero, a quienes veían como potenciales enemigos.
En la ‘Semana Trágica de Barcelona’ en 1909 fueron incendiados algunos templos en las barriadas obreras, la quema de iglesias y conventos en Madrid en el mes de Mayo de 1931, y finalmente los fusilamientos de religiosos en Turón durante la Revolución de Asturias de 1934 serían eslabones en la larga cadena de actos de violencia anticlerical que fueron propiciados por la actitud hostil e indiferente de la mayor parte de la Iglesia frente a la lucha de los trabajadores españoles por mejorar sus condiciones de vida. Tomado de La revolución en Asturias en 1934
El balance de la Revolución asturiana arroja 1400 muertos, más de 2000 heridos y 30000 prisioneros. Las organizaciones socialistas serán disueltas y las Casas del Pueblo clausuradas.
El historiador libertario Abel Paz rescatará la experiencia asturiana como una muestra de que las principales tendencias del movimiento obrero español podrían encontrar formas de coexistencia revolucionaria:
- “La revolución en España, sus rasgos más definitorios se dieron en realidad el 6 de octubre de 1934 en Asturias. Allí la alianza obrera entre CNT y UGT fue la que hace que aparezca ya la comuna, la colectivización era un acuerdo entre socialistas y anarquistas con el que se intentaba conseguir un socialismo libertario pero en general fue la tendencia libertaria la que influyó en esa revolución. Hasta ese momento la CNT había intentado movimientos de carácter insurreccional pero no había alcanzado a las bases de la UGT. La alianza era imprescindible. En una población activa de 9 millones de trabajadores, la UGT contaba con un 1.200.000 afiliados y la CNT con 1.500.000, nada que ver con la afiliación de hoy. La gente era muy activa aunque la burocracia socialista frenaba la alianza entre sindicatos. Pero en las elecciones de febrero de 1936, ganó el frente popular frente a las candidaturas de las derechas. Cuando la izquierda llega al poder la gente que la ha votado no es ya la misma que la había votado en 1931. Algo ha cambiado, hay más experiencia. No esperan que haya una amnistía si no que pasan a la acción y de inmediato abren la puerta a 80.000 presos. Los campesinos no esperan a que se reinicie el debate de la reforma agraria si no que se lanzan a ocupar las tierras. En el mes de marzo son 80.000 los campesinos que en Extremadura, Andalucía y La Mancha se incáutan de los feudos. No toman la tierra para ellos sino que la colectivizan, la toman para trabajarla en comunidad. En marzo de 1936 se inicia la revolución de manera pacífica.(…)El gobierno de Azaña no lo ve con buenos ojos. A ningún político le gusta verse desbordado por las bases, pero tampoco puede enviar guardias civiles a expulsar campesinos. Y las comunidades agrícolas empiezan a desarrollarse. Mientras tanto la derecha se precipita hacia el golpe militar. Aleccionada por la revolución de octubre de 1934, fortifica sus alianzas.”
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Guerra Civil Española 1936/39
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