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'A revolta dos irmandiños' de 1467 vino precedida de múltiples ensayos parciales en Galicia. Existió 'la hermandad' del año 1431 en las tierras de los Andrade. Pero la primera hermandad que derrocó fortalezas lo haría en el año 1451, en las rías de Pontevedra y Arousa. Entre unas y otras tuvieron lugar otras importantes revueltas 'anti-señoriales' urbanas: Allariz (1446-1448), Viveiro (1454), Ourense (1455), Lugo (1457). Y una gran cantidad de conflictos entre campesinos y señores en la mayoritaria Galicia rural.
Revueltas y conflictos reflejo de una crisis general del feudalismo (post.1348), agravada en el caso de Galicia por una violenta y codiciosa nobleza trastamarista (post.1369) que impone una nueva servidumbre a la gente común, agrede a burgueses, nobles pequeños y medianos, eclesiásticos y oficiales reales y se enfrenta al final con Galicia, la Iglesia y el Estado.
En la primavera de 1467, el sentimiento acumulado de agravio se transforma en insurrección justiciera contra los males y daños que los pueblos y la gente común recibían desde las fortalezas de los señores, caballeros y prelados. La ira contra las fortalezas rápidamente los llevó a derribar cuanto castillo y torre había en Galicia.
Las ‘segundas intenciones’ presentes en el segmento más racional de los irmandiños eran: terminar de raíz con el sistema de fortalezas construido entre los siglos X y XV; romper la relación de vasallaje y no pagar las rentas del señor (salvo fueros); aprovechar el vacío de poder generado por la guerra civil en Castilla ( Enrique IV-príncipe Alfonso) para levantar un nuevo poder y conseguir legitimidad política.
No se puede considerar que fuera una ‘guerra’ pues, aparte de los enfrentamientos militares, la violencia social de los irmandiños se concentró en derribar las piedras de las fortalezas. Y los 'rebeldes' procuraron actuar coherentemente con los resortes mentales de paz, seguridad y justicia que explicaron y justificaron tanto la formación de la hermandad como la insurrección contra dichas fortalezas. Las hermandades (irmandiños) se constituían para garantizar el orden público en tiempos de anarquía.
La originalidad histórica de la hermandad gallega del 1467 está en la convicción colectiva de que el desorden venía de los señores feudales considerados en su conjunto como malhechores, lo que transforma la institución delegada de la hermandad en una herramienta para la demolición de sus refugios fortificados. En la mentalidad de la época se distinguían nítidamente el “tiempo de la hermandad” del “tiempo de la guerra”. El bienio "irmandiño" 1467-1469 fue un período ejemplar de paz perturbado, al final, por el retorno de los señores con sus guerras intestinas.
Los irmandiños formaron ejércitos de milicianos de ámbito regional uniendo localidades y comarcas, que se juntaban para acometer asedios o batallas grandes. Hay pruebas de que la movilización fue general en las ciudades y en el campo. Todo el mundo tenía armas en las casas y experiencia militar; es erróneo creer que los irmandiños se enfrentaban a sus enemigos caballeros con útiles agrícolas: hoces, guadañas, azadas. La infantería y la caballería de las milicias irmandiñas usaban las mismas defensas personales que los ejércitos señoriales: lanzas, escudos, espadas, dagas, caballos y flechas, cascos, cotas de malla y algunas armaduras caballerescas. En las villas había maestros armeros que las hacían o bien se importaban armas blancas por mar. Los jefes militares irmandiños eran en su mayoría caballeros pero también había algún labrador, burgués o letrado. Sus ejércitos no tenían el mismo grado de jerarquía que los señoriales. Todos los capitanes irmandiños estaban subordinados a la 'junta del reino'.
Aunque en lo sustancial la revolución irmandiña era una lucha de vasallos contra señores, está documentado que los irmandiños tenían apoyo tanto de la Iglesia gallega como de la monarquía de Castilla.
La explicación estaría en que las primeras víctimas de la rapacidad de los nuevos señores feudales de la Edad Media fueron los monasterios y las catedrales, cuyo patrimonio y señoríos tenían ocupados o encomendados en 1467.
Lo primero que hizo la Santa Hermandad fue devolverle a la Iglesia muchos de los bienes usurpados por la nobleza laica. Los cabildos catedralicios participaron muy activamente en la hermandad con dinero, llegando a estar directamente representados en las juntas del reino. El cura Roi Vázquez mostró en la Crónica de Santa María de Iria que el apelativo “santa” no era gratuito y escribió en 1468 que Dios había castigado con la Santa Hermandad a los caballeros por sus pecados. El único prelado de la Iglesia beligerante con los irmandiños fue el arzobispo Fonseca que cambió de bando antes de terminar el reaccionario año de 1469.
Se había formado la “Hermandad general de Castilla, León, Galicia...” a finales de 1464. Hay constancia desde 1465 de demandas por parte de las ciudades gallegas fieles a Enrique IV que le urgen a crear una hermandad específica para Galicia. En febrero de 1467 se convoca la Junta de Melide, punto de partida de la existencia de la ‘Santa Hermandad del Reino de Galicia’, donde participan también los caballeros: se acuerda que han de dejar inmediatamente todas las fortalezas, nidos de malhechores,en manos de la hermandad; unos aceptan y otros no.
Los meses de marzo y abril son de una gran actividad constituyente centrada en la elección, en asambleas, desde alcaldes a los cargos irmandiños más importantes, diputados para asistir a las juntas, cuadrilleros para organizar las milicias... Estas asambleas fueron presididas en las grandes villas por representantes corregidores. Hasta aquí nada distingue la hermandad gallega de las de Castilla, León, Asturias, Andalucía, etc.
El 25 de abril de 1467 se produce el derrocamiento de la primera fortaleza, Castillo Ramiro (cerca de Ourense), con la resistencia de una parte de la dirección irmandiña, pues no había sido acordado en la Junta de Melide.
El carácter incontrolado de la insurrección de la gente común contra las fortalezas, con el apoyo de los dirigentes, rememoran e imitan las revueltas y hermandades anteriores, mucho más efectivas.
En esta segunda y decisiva fase de la revuelta irmandiña no se hicieron distingos entre fortalezas entregadas y resistentes, amigos o enemigos de la hermandad o del rey, ni siquiera excluyeron del vendaval anti-fortaleza a los propios caballeros que hacían de capitanes en la hermandad.
Debido a que las ciudades eran favorables a la hermandad se respetaron sus murallas al igual que respetaron las iglesias y catedrales. Excepción hecha de Monforte, a la que no respetaron y donde resistieron las gentes del conde de Lemos:
Enrique IV, a punto de perder la Corona por la rebelión de la nobleza, había permitido la extensión de la hermandad al ‘Reino de Galicia’ como le habían pedido las ciudades que eran leales a su persona y firmó una carta, el 3 de julio de 1467, en la que aprobaba y legalizaba los derrocamientos hechos sin permiso real y pedía a las fortalezas asediadas que se rindiesen a la Santa Hermandad.
La carta real contribuyó lo suficiente como para acabar de rematar las fortalezas que aún resistían. Excepto Tui donde permaneció, hasta agosto de 1468, aislado y asediado Álvaro de Soutomaior.
A cambio el ‘reino irmandiño de Galicia’ se mantendría del lado de Enrique IV contribuyendo a la derrota final del príncipe Alfonso y de la levantisca nobleza de Castilla, en 1468.
La ejemplaridad de la acción irmandiña en lo tocante a la administración de la justicia, seguridad en los caminos y anulación de la guerra de los caballeros servirá de referencia para la implantación de una justicia pública en el Reino de Galicia a partir de 1480 y también en el conjunto de la Corona de León y Castilla.
En la revuelta irmandiña contra los señores de las fortalezas participaron gentes de todas las clases, órdenes y grupos sociales; cuantitativamente la mayoría de los irmandiños fueron campesinos, pescadores y artesanos. Entre los 150 cargos de la Santa Hermandad documentados se da también esa composición mayoritaria de gente trabajadora.
La minoritaria burguesía urbana (mercaderes, mareantes, escribanos, hidalgos urbanos y canónigos) víctima también de los agravios señoriales llevó la dirección política, antes y durante la formación de hermandades, además de la relación con la corte, tareas probablemente compartidas con los grandes dirigentes rurales en las asamblearias Juntas de Galicia. A la mayoritaria gente de la tierra, de los gremios y del mar le correspondió el protagonismo social y el mayor mérito histórico.
Los caballeros irmandiños: Alonso de Lanzós, Pedro Osorio, Diego de Lemos, Lopo Mariño de Lobeira..., hasta 14 hidalgos con mando en tropa hay documentados, cumplieron función militar como capitanes de la Santa Hermandad en las diferentes zonas y jugaron su mayor rol en las batallas finales. Los asaltos a las fortalezas estuvieron más bien dirigidos y presididos por los alcaldes.
El líder irmandiño más popular, Joan Branco, era notario de Betanzos y capitán general de la hermandad. Otros capitanes eran: labradores ( Bartolo de Freiría de la cuenca del Ulla), cambiadores (Joan Domínguez y Pedro Arousa de Santiago) o monjes-soldados (Sueiro de Noguerol, comendador hospitalario de Portomarín). La función providencial de la Iglesia queda representada por el cura de aldea Roi Vázquez. Fue asimismo providencial el papel institucional y legalizador de los ‘oficiales’ que tenían “varas del rey”, que le representaban en las reuniones y asambleas irmandiñas, tanto en el período constituyente como en la fase insurreccional, además de actuar paralelamente y con eficacia en la corte como escribanos y asesores de Enrique IV. Un ejemplo de ello fue Fernando de Pulgar.
La radicalidad de la fase iniciada el 25 de abril de 1467, en términos de masividad, nueva mentalidad y hechos consumados, justifica la conveniencia de definir la revuelta irmandiña como una “revolución”, no hubo otra revuelta en la historia de Galicia que mereciese ese nombre. También en el contexto del horizonte histórico de su tiempo, habría que reconsiderar la revuelta de los irmandiños como una revolución social. Emplear el concepto de “revolución” en el siglo XV puede dar lugar a malentendidos. La revolución irmandiña de Galicia se encuadra en la transición del feudalismo al régimen social del Antiguo Régimen, entre los siglos XV y XVI, de la Edad Media a la Edad Moderna.
La primera “Junta General deste Reyno de Galizia” surgió de las hermandades de la época dorada del rey Enrique IV. Lo que distingue a la 'Xunta gallega' es que, debido a la revolución mental, social y política que acompaña su nacimiento y prolonga su duración, fue más allá de una simple coordinación de hermandades territoriales: “Regían y gobernaban el Reino”, dice la tradición oral.
La 'Xunta da Santa Iramandade do reino de Galicia' asume entre 1467 y 1469, destronados los señores, las atribuciones típicas del poder en la Edad Media: justicia, ejército y hacienda. Se podría decir también que las ‘juntas irmandiñas’ asumían los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Siempre en nombre del rey. Se juntaban en ellas los alcaldes y diputados de las hermandades de las “ciudades, villas y lugares” del reino; también notarios, cuadrilleros y procuradores además de capitanes y participantes sin cargos.
Hubo cinco ‘juntas’ durante el período irmandiño: Melide (marzo, 1467), Betanzos (junio, 1467), Santiago de Compostela (fecha desconocida), Lugo (marzo-abril, 1468) y Ourense (mayo, 1469). Dejan de juntarse durante los difíciles años 70 por causa de la reacción señorial y de las guerras civiles.
En el tiempo de Acuña y Chinchilla vuelven de inmediato a las ‘Xuntas’ en 1480, 1482 y 1483. A partir de 1500 se institucionaliza la “Junta del Reino de Galicia” con representantes de las cabeceras urbanas de las cinco provincias: Santiago de Compostela, Betanzos, Lugo, Mondoñedo y Ourense, las mismas villas donde se ubicó la itinerante ‘Xunta da Galicia irmandiña’.
No hay representaciones cultas, literarias o artísticas del levantamiento irmandiño, por lo que tenemos que servirnos de las descripciones orales de sus participantes y de testigos oculares. La representación victoriosa de la revuelta se servía de una metáfora campesina : “Los gorriones corren tras los halcones”. Las cartas irmandiñas del rey se leían públicamente y se guardaban como tesoros en las casas más favorables a la causa, como prueba emblemática de la legitimidad de la gran revuelta contra las fortalezas. El único grito de combate que hay documentado, en el momento de asaltar y derribar las fortalezas, es “¡Viva El-Rei!”.
La revolución irmandiña es la última manifestación de la identidad de Galicia. La formación final de un poder político propio construido de abajo-arriba y mantenido durante tanto tiempo no tiene precedentes en nuestra historia. La extensión de la revuelta social y de los derrocamientos irmandiños hasta el Miño por el Sur, Ponferrada por el Este y la parte occidental de Asturias por el Nordeste coincide, y no por casualidad, con el mapa lingüístico de la Galicia medieval, demostrándose de este modo que la realidad nacional del reino medieval de Galicia no era solamente cultural, sino política, económica y social, y tenía hondas raíces populares. La Galicia irmandiña sin señores ni rey que la mandasen, sólo con la autoridad que ellos mismos se dieron, fue un verdadero milagro que sobreviviese dos años.
Tres ejércitos señoriales entran en Galicia en la primavera de 1469: Pedro Madruga desde Portugal, el arzobispo Fonseca y Juan Pimentel desde Salamanca y el conde de Lemos desde Ponferrada. Siguen, respectivamente, los Caminos Portugués, Vía de la Plata y Francés, que antes llevaron las ideas y las gentes de la revuelta. Las dos primeras mesnadas se encuentran en Balmalige, cerca de Santiago, y vencen a un ejército irmandiño dirigido por Pedro Osorio.
A partir de ahí se dividen caballeros y prelado, para intentar recuperar sus dominios, pero volverán enseguida a pelear entre ellos. Los irmandiños dan algunas batallas en castros o campo abierto (A Framela, Castro Gundián e otras..) con resultados normalmente favorables a la caballería feudal de la contrarrevuelta. Pero se les resistían las ciudades amuralladas de la Santa Hermandad. Esto obligó a los ‘señores’ más importantes a pactar (ayudados después por algunos irmandiños) y a combatir los nuevos enemigos compartidos.
Primero pacta el arzobispo Fonseca con Santiago y Pontevedra –contra los caballeros de la Tierra de Santiago– y después el conde de Lemos con Ourense y Allariz –contra el conde de Benavente.
Durante los años 1470 y 1471 las ciudades de A Coruña, Pontedeume, Viveiro, Ribadavia, Lugo y Mondoñedo resisten a los caballeros más persistentes. La impotencia militar de los feudales contra las ciudades, el espíritu en absoluto arrepentido o derrotista de los irmandiños, el resurgir de la guerra feudal, la falta de muertes que vengar y el carácter masivo de la revuelta invicta de los vasallos en 1467, acostumbrados ya a vivir sin señores, explica que no hubiese represión después de Balmalige.
No lo tuvo fácil la contrarrevolución señorial de los años 70. La guerra feudal permanente, los pactos inevitables, la imposibilidad de un escarmiento represivo anti-irmandiño, más la continuidad de la probada resistencia campesina de los vasallos hicieron imposible la pretendida reedificación señorial de las fortalezas derribadas en 1467. Algunas fortalezas y torres medievales fueron reedificadas por los nobles, pero fueron de nuevo demolidas por el caballero Fernando de Acuña y el jurista Alonso de Chinchilla que habían sido enviados en 1480 por los Reyes Católicos para poner fin a la anarquía nobiliaria que había rebrotado en el Reino de Galicia tras la vuelta al poder en 1469. Y por supuesto con la ayuda de antiguas milicias irmandiñas, que aplaudieron el exilio dorado y definitivo en la corte de Castilla de los señores feudales.
La Santa Hermandad sesenta años después de la sublevación tenía una mayoría demoledora a su favor y paradójicamente una minoría contraria a los señores laicos derrotados en 1467.
Cinco razones objetivas permiten explicar la sensación de éxito histórico de la revolución irmandiña, extraídas de los testigos del Pleito Tabera-Fonseca:
-El hecho de que no hubiese a corto plazo, como era de esperar, una verdadera y cruel reacción señorial, no hubo un “castigo ejemplar” contra los vasallos que osaron volverse contra sus señores. Se supone que ayudó el hecho de que los irmandiños no aprovechasen la victoria total de 1467 para vengarse en la persona de los caballeros derrotados que tuvieron a su alcance. La falta de represión en aquel momento permitió a la hermandad conservar fuerzas y ánimos en los años críticos que siguieron.
-La no reedificación de la mayor parte de las fortalezas demolidas.
-Las rentas jurisdiccionales de los señores fueron anuladas, reconvertidas y revisadas a la baja mediante numerosos conflictos, pleitos y cartas ejecutorias, a partir de la implantación de la Audiencia de Galicia en 1480.
-El cambio drástico de la clase dominante, de los parasitarios señores de las fortalezas a la Iglesia, y después, de los señores eclesiásticos a la hidalguía intermediaria.
-La garantía pública de la paz, la justicia y la seguridad en el reino que comportó el traspaso del poder de los feudales al Estado moderno, lo que hubiera sido imposible en el Reino de Galicia sin la previa criba irmandiña del poder señorial basado en las fortalezas.
Esta fundamental transición histórica de una formación social a otra se dio en toda Europa en los siglos XV-XVI, si bien en ningún otro lugar por medio de una revolución popular apoyada en la mayoría de la sociedad. De ahí la significación histórica de la revuelta irmandiña. La historia de la Edad Moderna gallega comienza en 1467 y no en 1480 con los Reyes Católicos.
Todos los grupos, estamentos y clases sociales que se comprometieron con la revolución irmandiña ganaron con la ruptura histórica que ella provocó. Entre los que más ganaron, en condiciones de vida, trabajo y futuro, está el campesinado que consolidó su pequeña propiedad in secula seculorum. Tan radical, triunfal y temprana revolución anti-feudal trajo como consecuencia la frustración de una auténtica revolución burguesa en Galicia. Lo que potenció el posterior atraso económico de Galicia. Los irmandiños resolvieron los problemas de su tiempo pero no los de 'todo tiempo'.
Tomado de Historia Medieval, de Carlos Barros
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En el año 2006, la Dirección Xeral de Xuventude da Xunta de Galicia promueve un juego de rol en vivo que recuerda este hecho histórico: ‘Os Irmandiños: A Revolta’ (página oficial del juego de rol). Se desarrolla en un castillo, o Castelo de Monterrei (Verín, Ourense).En el año 2007 participaron más de 1000 personas por lo que fue incluido en el libro Guinness de los records. Este año 2008 se celebrará del 26 al 28 de septiembre.Ubicación 'Castelo de Monterrei', Google Maps
Fotografías tomadas del juego de rol años 2006-2007
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'A revolta dos irmandiños' de 1467 vino precedida de múltiples ensayos parciales en Galicia. Existió 'la hermandad' del año 1431 en las tierras de los Andrade. Pero la primera hermandad que derrocó fortalezas lo haría en el año 1451, en las rías de Pontevedra y Arousa. Entre unas y otras tuvieron lugar otras importantes revueltas 'anti-señoriales' urbanas: Allariz (1446-1448), Viveiro (1454), Ourense (1455), Lugo (1457). Y una gran cantidad de conflictos entre campesinos y señores en la mayoritaria Galicia rural.
En la primavera de 1467, el sentimiento acumulado de agravio se transforma en insurrección justiciera contra los males y daños que los pueblos y la gente común recibían desde las fortalezas de los señores, caballeros y prelados. La ira contra las fortalezas rápidamente los llevó a derribar cuanto castillo y torre había en Galicia.
Las ‘segundas intenciones’ presentes en el segmento más racional de los irmandiños eran: terminar de raíz con el sistema de fortalezas construido entre los siglos X y XV; romper la relación de vasallaje y no pagar las rentas del señor (salvo fueros); aprovechar el vacío de poder generado por la guerra civil en Castilla ( Enrique IV-príncipe Alfonso) para levantar un nuevo poder y conseguir legitimidad política.
No se puede considerar que fuera una ‘guerra’ pues, aparte de los enfrentamientos militares, la violencia social de los irmandiños se concentró en derribar las piedras de las fortalezas. Y los 'rebeldes' procuraron actuar coherentemente con los resortes mentales de paz, seguridad y justicia que explicaron y justificaron tanto la formación de la hermandad como la insurrección contra dichas fortalezas. Las hermandades (irmandiños) se constituían para garantizar el orden público en tiempos de anarquía.
La originalidad histórica de la hermandad gallega del 1467 está en la convicción colectiva de que el desorden venía de los señores feudales considerados en su conjunto como malhechores, lo que transforma la institución delegada de la hermandad en una herramienta para la demolición de sus refugios fortificados. En la mentalidad de la época se distinguían nítidamente el “tiempo de la hermandad” del “tiempo de la guerra”. El bienio "irmandiño" 1467-1469 fue un período ejemplar de paz perturbado, al final, por el retorno de los señores con sus guerras intestinas.
La explicación estaría en que las primeras víctimas de la rapacidad de los nuevos señores feudales de la Edad Media fueron los monasterios y las catedrales, cuyo patrimonio y señoríos tenían ocupados o encomendados en 1467.
Lo primero que hizo la Santa Hermandad fue devolverle a la Iglesia muchos de los bienes usurpados por la nobleza laica. Los cabildos catedralicios participaron muy activamente en la hermandad con dinero, llegando a estar directamente representados en las juntas del reino. El cura Roi Vázquez mostró en la Crónica de Santa María de Iria que el apelativo “santa” no era gratuito y escribió en 1468 que Dios había castigado con la Santa Hermandad a los caballeros por sus pecados. El único prelado de la Iglesia beligerante con los irmandiños fue el arzobispo Fonseca que cambió de bando antes de terminar el reaccionario año de 1469.
Se había formado la “Hermandad general de Castilla, León, Galicia...” a finales de 1464. Hay constancia desde 1465 de demandas por parte de las ciudades gallegas fieles a Enrique IV que le urgen a crear una hermandad específica para Galicia. En febrero de 1467 se convoca la Junta de Melide, punto de partida de la existencia de la ‘Santa Hermandad del Reino de Galicia’, donde participan también los caballeros: se acuerda que han de dejar inmediatamente todas las fortalezas, nidos de malhechores,en manos de la hermandad; unos aceptan y otros no.
Los meses de marzo y abril son de una gran actividad constituyente centrada en la elección, en asambleas, desde alcaldes a los cargos irmandiños más importantes, diputados para asistir a las juntas, cuadrilleros para organizar las milicias... Estas asambleas fueron presididas en las grandes villas por representantes corregidores. Hasta aquí nada distingue la hermandad gallega de las de Castilla, León, Asturias, Andalucía, etc.
El 25 de abril de 1467 se produce el derrocamiento de la primera fortaleza, Castillo Ramiro (cerca de Ourense), con la resistencia de una parte de la dirección irmandiña, pues no había sido acordado en la Junta de Melide.
El carácter incontrolado de la insurrección de la gente común contra las fortalezas, con el apoyo de los dirigentes, rememoran e imitan las revueltas y hermandades anteriores, mucho más efectivas.
En esta segunda y decisiva fase de la revuelta irmandiña no se hicieron distingos entre fortalezas entregadas y resistentes, amigos o enemigos de la hermandad o del rey, ni siquiera excluyeron del vendaval anti-fortaleza a los propios caballeros que hacían de capitanes en la hermandad.
Debido a que las ciudades eran favorables a la hermandad se respetaron sus murallas al igual que respetaron las iglesias y catedrales. Excepción hecha de Monforte, a la que no respetaron y donde resistieron las gentes del conde de Lemos:
"A confrontación irmandiña co Conde de Lemos será total, a Santa Irmandade ve nel o seu maior inimigo; precisarán axuda de toda Galicia, ademais do Bierzo, para vencelo en 1467. De aí que a súa fuxida final cara Ponferrada perseguido polo exército máis numeroso xuntado polos irmandiños (30.000 irmáns) fora tan celebrada polos rebeldes como símbolo da súa victoria.
A derrota do Conde de Lemos, o señor máis poderoso, significa a derrota dos señores de Galicia. A sona da fuxida de Lemos é recollida polos cronistas: “En corto tiempo los gallegos no sólo arrancaron de las selvas a los facinerosos y los arrastraron al patíbulo, sino que se apoderaron de fortalezas tenidas por inexpugnables, y al conde de Lemos, el más poderoso de los Grandes de la provincia, obligáronlo a huir y le persiguieron hasta el exterminio”.
O seu baixo perfil e a falta de compromiso levaran ó Conde de Lemos a percibir mal trato, nos anos 1466-1468, de ámbolos dous reis ( Henrique IV e o príncipe Alfonso), especialmente no relativo ó seu patrimonio. Falto de apoio político, en febreiro de 1468 obtén carta de apoio de Junta hermandina de Madrigal, doente pola escisión pro-galega do Bierzo, coa intención de facilitar un recrutamento de xente que lle permitise recobrar o poder feudal, primeiro no Bierzo logo en Galicia, que non o lograra ata un ano despois, mediante unha contraofensiva coordinada coa alta nobreza galega.
O Conde de Lemos xa antes da explosión irmandiña vive con certa distancia a situación política na Corte, agoniado e afanado polos temores premonitorios a unha rebelión dos vasalos so pretexto de irmandade, polos conflictos co seu fillo, morto prematuramente e emparentado co inimigo Rodrigo Alonso Pimentel. O levantamento xeral de abril de 1467 obrígao a dedicar todo o seu tempo á unha inútil defensa de fortalezas, vilas e terras no triángulo Monforte-Sarria-Ponferrada: sen torres, vasalos e exércitos feudais, malamente podía o señor de Lemos –igual que o resto da nobreza galega- entrar verdadeiramente en liza na guerra castelá dos dous reis. A diferencia co Marqués de Astorga e o Conde de Benavente é que, tendo ambos intereses en Galicia, dispuñan das bases principais do seu poder social e militar fóra do reino irmandiño de Galicia, que incluía o Bierzo pero non Astorga nin Benavente, parte dun reino de León que, no seu conxunto, estaba máis cerca na dinámica tradicional das irmandades de Castela que dos “excesos” irmandiños galego-bercianos contra as fortalezas e os señoríos feudais". Leer Os irmandiños da terra de Lemos
Enrique IV, a punto de perder la Corona por la rebelión de la nobleza, había permitido la extensión de la hermandad al ‘Reino de Galicia’ como le habían pedido las ciudades que eran leales a su persona y firmó una carta, el 3 de julio de 1467, en la que aprobaba y legalizaba los derrocamientos hechos sin permiso real y pedía a las fortalezas asediadas que se rindiesen a la Santa Hermandad.
La carta real contribuyó lo suficiente como para acabar de rematar las fortalezas que aún resistían. Excepto Tui donde permaneció, hasta agosto de 1468, aislado y asediado Álvaro de Soutomaior.
A cambio el ‘reino irmandiño de Galicia’ se mantendría del lado de Enrique IV contribuyendo a la derrota final del príncipe Alfonso y de la levantisca nobleza de Castilla, en 1468.
La ejemplaridad de la acción irmandiña en lo tocante a la administración de la justicia, seguridad en los caminos y anulación de la guerra de los caballeros servirá de referencia para la implantación de una justicia pública en el Reino de Galicia a partir de 1480 y también en el conjunto de la Corona de León y Castilla.
En la revuelta irmandiña contra los señores de las fortalezas participaron gentes de todas las clases, órdenes y grupos sociales; cuantitativamente la mayoría de los irmandiños fueron campesinos, pescadores y artesanos. Entre los 150 cargos de la Santa Hermandad documentados se da también esa composición mayoritaria de gente trabajadora.
La minoritaria burguesía urbana (mercaderes, mareantes, escribanos, hidalgos urbanos y canónigos) víctima también de los agravios señoriales llevó la dirección política, antes y durante la formación de hermandades, además de la relación con la corte, tareas probablemente compartidas con los grandes dirigentes rurales en las asamblearias Juntas de Galicia. A la mayoritaria gente de la tierra, de los gremios y del mar le correspondió el protagonismo social y el mayor mérito histórico.
Los caballeros irmandiños: Alonso de Lanzós, Pedro Osorio, Diego de Lemos, Lopo Mariño de Lobeira..., hasta 14 hidalgos con mando en tropa hay documentados, cumplieron función militar como capitanes de la Santa Hermandad en las diferentes zonas y jugaron su mayor rol en las batallas finales. Los asaltos a las fortalezas estuvieron más bien dirigidos y presididos por los alcaldes.
El líder irmandiño más popular, Joan Branco, era notario de Betanzos y capitán general de la hermandad. Otros capitanes eran: labradores ( Bartolo de Freiría de la cuenca del Ulla), cambiadores (Joan Domínguez y Pedro Arousa de Santiago) o monjes-soldados (Sueiro de Noguerol, comendador hospitalario de Portomarín). La función providencial de la Iglesia queda representada por el cura de aldea Roi Vázquez. Fue asimismo providencial el papel institucional y legalizador de los ‘oficiales’ que tenían “varas del rey”, que le representaban en las reuniones y asambleas irmandiñas, tanto en el período constituyente como en la fase insurreccional, además de actuar paralelamente y con eficacia en la corte como escribanos y asesores de Enrique IV. Un ejemplo de ello fue Fernando de Pulgar.
La radicalidad de la fase iniciada el 25 de abril de 1467, en términos de masividad, nueva mentalidad y hechos consumados, justifica la conveniencia de definir la revuelta irmandiña como una “revolución”, no hubo otra revuelta en la historia de Galicia que mereciese ese nombre. También en el contexto del horizonte histórico de su tiempo, habría que reconsiderar la revuelta de los irmandiños como una revolución social. Emplear el concepto de “revolución” en el siglo XV puede dar lugar a malentendidos. La revolución irmandiña de Galicia se encuadra en la transición del feudalismo al régimen social del Antiguo Régimen, entre los siglos XV y XVI, de la Edad Media a la Edad Moderna.
La 'Xunta da Santa Iramandade do reino de Galicia' asume entre 1467 y 1469, destronados los señores, las atribuciones típicas del poder en la Edad Media: justicia, ejército y hacienda. Se podría decir también que las ‘juntas irmandiñas’ asumían los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Siempre en nombre del rey. Se juntaban en ellas los alcaldes y diputados de las hermandades de las “ciudades, villas y lugares” del reino; también notarios, cuadrilleros y procuradores además de capitanes y participantes sin cargos.
Hubo cinco ‘juntas’ durante el período irmandiño: Melide (marzo, 1467), Betanzos (junio, 1467), Santiago de Compostela (fecha desconocida), Lugo (marzo-abril, 1468) y Ourense (mayo, 1469). Dejan de juntarse durante los difíciles años 70 por causa de la reacción señorial y de las guerras civiles.
En el tiempo de Acuña y Chinchilla vuelven de inmediato a las ‘Xuntas’ en 1480, 1482 y 1483. A partir de 1500 se institucionaliza la “Junta del Reino de Galicia” con representantes de las cabeceras urbanas de las cinco provincias: Santiago de Compostela, Betanzos, Lugo, Mondoñedo y Ourense, las mismas villas donde se ubicó la itinerante ‘Xunta da Galicia irmandiña’.
La revolución irmandiña es la última manifestación de la identidad de Galicia. La formación final de un poder político propio construido de abajo-arriba y mantenido durante tanto tiempo no tiene precedentes en nuestra historia. La extensión de la revuelta social y de los derrocamientos irmandiños hasta el Miño por el Sur, Ponferrada por el Este y la parte occidental de Asturias por el Nordeste coincide, y no por casualidad, con el mapa lingüístico de la Galicia medieval, demostrándose de este modo que la realidad nacional del reino medieval de Galicia no era solamente cultural, sino política, económica y social, y tenía hondas raíces populares. La Galicia irmandiña sin señores ni rey que la mandasen, sólo con la autoridad que ellos mismos se dieron, fue un verdadero milagro que sobreviviese dos años.
Tres ejércitos señoriales entran en Galicia en la primavera de 1469: Pedro Madruga desde Portugal, el arzobispo Fonseca y Juan Pimentel desde Salamanca y el conde de Lemos desde Ponferrada. Siguen, respectivamente, los Caminos Portugués, Vía de la Plata y Francés, que antes llevaron las ideas y las gentes de la revuelta. Las dos primeras mesnadas se encuentran en Balmalige, cerca de Santiago, y vencen a un ejército irmandiño dirigido por Pedro Osorio.
A partir de ahí se dividen caballeros y prelado, para intentar recuperar sus dominios, pero volverán enseguida a pelear entre ellos. Los irmandiños dan algunas batallas en castros o campo abierto (A Framela, Castro Gundián e otras..) con resultados normalmente favorables a la caballería feudal de la contrarrevuelta. Pero se les resistían las ciudades amuralladas de la Santa Hermandad. Esto obligó a los ‘señores’ más importantes a pactar (ayudados después por algunos irmandiños) y a combatir los nuevos enemigos compartidos.
Primero pacta el arzobispo Fonseca con Santiago y Pontevedra –contra los caballeros de la Tierra de Santiago– y después el conde de Lemos con Ourense y Allariz –contra el conde de Benavente.
Durante los años 1470 y 1471 las ciudades de A Coruña, Pontedeume, Viveiro, Ribadavia, Lugo y Mondoñedo resisten a los caballeros más persistentes. La impotencia militar de los feudales contra las ciudades, el espíritu en absoluto arrepentido o derrotista de los irmandiños, el resurgir de la guerra feudal, la falta de muertes que vengar y el carácter masivo de la revuelta invicta de los vasallos en 1467, acostumbrados ya a vivir sin señores, explica que no hubiese represión después de Balmalige.
No lo tuvo fácil la contrarrevolución señorial de los años 70. La guerra feudal permanente, los pactos inevitables, la imposibilidad de un escarmiento represivo anti-irmandiño, más la continuidad de la probada resistencia campesina de los vasallos hicieron imposible la pretendida reedificación señorial de las fortalezas derribadas en 1467. Algunas fortalezas y torres medievales fueron reedificadas por los nobles, pero fueron de nuevo demolidas por el caballero Fernando de Acuña y el jurista Alonso de Chinchilla que habían sido enviados en 1480 por los Reyes Católicos para poner fin a la anarquía nobiliaria que había rebrotado en el Reino de Galicia tras la vuelta al poder en 1469. Y por supuesto con la ayuda de antiguas milicias irmandiñas, que aplaudieron el exilio dorado y definitivo en la corte de Castilla de los señores feudales.
Cinco razones objetivas permiten explicar la sensación de éxito histórico de la revolución irmandiña, extraídas de los testigos del Pleito Tabera-Fonseca:
-El hecho de que no hubiese a corto plazo, como era de esperar, una verdadera y cruel reacción señorial, no hubo un “castigo ejemplar” contra los vasallos que osaron volverse contra sus señores. Se supone que ayudó el hecho de que los irmandiños no aprovechasen la victoria total de 1467 para vengarse en la persona de los caballeros derrotados que tuvieron a su alcance. La falta de represión en aquel momento permitió a la hermandad conservar fuerzas y ánimos en los años críticos que siguieron.
-La no reedificación de la mayor parte de las fortalezas demolidas.
-Las rentas jurisdiccionales de los señores fueron anuladas, reconvertidas y revisadas a la baja mediante numerosos conflictos, pleitos y cartas ejecutorias, a partir de la implantación de la Audiencia de Galicia en 1480.
-El cambio drástico de la clase dominante, de los parasitarios señores de las fortalezas a la Iglesia, y después, de los señores eclesiásticos a la hidalguía intermediaria.
-La garantía pública de la paz, la justicia y la seguridad en el reino que comportó el traspaso del poder de los feudales al Estado moderno, lo que hubiera sido imposible en el Reino de Galicia sin la previa criba irmandiña del poder señorial basado en las fortalezas.
Todos los grupos, estamentos y clases sociales que se comprometieron con la revolución irmandiña ganaron con la ruptura histórica que ella provocó. Entre los que más ganaron, en condiciones de vida, trabajo y futuro, está el campesinado que consolidó su pequeña propiedad in secula seculorum. Tan radical, triunfal y temprana revolución anti-feudal trajo como consecuencia la frustración de una auténtica revolución burguesa en Galicia. Lo que potenció el posterior atraso económico de Galicia. Los irmandiños resolvieron los problemas de su tiempo pero no los de 'todo tiempo'.
Tomado de Historia Medieval, de Carlos Barros
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En el año 2006, la Dirección Xeral de Xuventude da Xunta de Galicia promueve un juego de rol en vivo que recuerda este hecho histórico: ‘Os Irmandiños: A Revolta’ (página oficial del juego de rol). Se desarrolla en un castillo, o Castelo de Monterrei (Verín, Ourense).En el año 2007 participaron más de 1000 personas por lo que fue incluido en el libro Guinness de los records. Este año 2008 se celebrará del 26 al 28 de septiembre.Ubicación 'Castelo de Monterrei', Google Maps
Fotografías tomadas del juego de rol años 2006-2007
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2 comentarios:
la historia es apasionante,nos da datos sobre la evolucion de las cosas,ya sabes que es mi pasion,esta revuelta es un intento de cambiar las cosas y po eso es tan apasionante.
sigo estando aqui,en Baiona y te sigo aunque no estemos juntas,me ha encantado que trabajases ä revolta dos irmandiños¨,podemos considerarla la primera intentona en la alta edad Media para cambiar el sistema.Pero como siempre sin exito.
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