4 de septiembre de 2010

Acueducto de los Pilares [siglo XVI, Oviedo]


Adolfo Fernández Casanova [Madrid, 12 de marzo de 1915]

El Académico que suscribe, en cumplimiento del acuerdo del señor Director, tiene el honor de someter al juicio de la Academia la siguiente ponencia:

Al Ilmo. Sr. Subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes.

Con fecha 23 de enero último, el señor Vicepresidente de la Comisión provincial de Monumentos de Oviedo envía a esta Academia una comunicación manifestando que en el año de 1905, y después, en el de 1910, logró dicha Comisión provincial que el Ayuntamiento de Oviedo suspendiera la ejecución del acuerdo municipal de derribar los Arcos de los Pilares, y pasado otro lustro persiste por tercera vez la Corporación municipal en el derribo, y para evitarlo, la Comisión ofició a los señores Alcalde y Gobernador civil pidiéndoles que se suspenda la destrucción mientras no se cumplan los trámites del caso e informe esta Academia y la de San Fernando.

Aplaude esta Corporación el celo de la repetida Comisión por la conservación de un monumento que con sobrada razón considera de inestimable valor histórico, pues simboliza los cuantiosos caudales empleados por la Justicia y Regimiento ovetense, desde el primer tercio del siglo XVI, para aumentar el escasísimo caudal de aguas con que contaba la población, acordando tomar al efecto las de Ules, Boo y Naranco, emprendiendo en 1574 como elemento primordial de la construcción, el Acueducto de los Pilares, bajo la dirección del maestro Juan de Cereceda. En 1568 se acordó tomar también las (aguas) de la fuente de la Fitoria.
Mas no habiendo coronado el apetecido éxito las obras dirigidas por Cereceda, se encomendó la dirección de las mismas a Gonzalo de Bárcena, oriundo de Güenes, en la montaña de Santander, y que era a la sazón fontanero mayor de Valladolid. La obra del primitivo acueducto del maestro Cereceda se declaró inútil en 1582 y 1583 por su falta de elevación y de solidez, y se emprendió su reconstrucción por el citado Bárcena.

En las postrimerías de la centuria XVI todavía estaba la obra incompleta, y se acordó reparar y encañar el alto de los Arcos de Lavapiés, por donde pasaba el agua de Fitoria, empleando para su conducción 800 arcaduces.

De 1864 a 1865 se llevó a efecto por la Corporación municipal una nueva traída de aguas de los mismos manantiales de Boo, Lillo y Ules, prescindiendo del uso del puente-acueducto de los Pilares, por lo cual se pretende derribar. Pero si este monumento no desempeña ya la función que motivó su creación, constituye siempre un monumento histórico que representa una interesante página de piedra de la larga serie de sacrificios llevada a cabo por la histórica ciudad ovetense durante toda una centuria y que ahora, con tan mal acuerdo, se pretende hacerle desaparecer.


El acueducto tiene 400 metros de longitud por dos de latitud. Consta de dos órdenes de arcadas de medio punto de tres metros cuarenta centímetros de radio; en el primero, los muy altos pilares son prismáticos-rectangulares, tienen su paramento resaltado y ofrecen mayor salida por sus frentes que las cabezas de las arcadas que sobre ellos descansan por el intermedio de una imposta. Corona estas arcadas un sobrelecho general que recibe los pilares más remetidos del orden segundo, coronados de imposta, sobre los que insisten las arcadas superiores más remetidas a su vez que los pilares últimos. La altura máxima de la obra es de trece metros cuarenta centímetros. Dichos arcos tienen unos pequeños registros a los extremos.

El sistema de ejecución es semejante a los de la época romana, por lo que dijo el gran Jovellanos: «Los Pilares, bellísima obra de 1570, de arquitectura montañesa, pero digna de los Romanos
Debe también este Cuerpo literario examinar en el concepto arqueológico el sistema romano de conducción de aguas, comparándolo con el adoptado en las épocas posteriores, de lo que nada se dice en la razonada exposición de la Comisión provincial de Monumentos ovetense. Tomaba generalmente las aguas de un manantial y las llevaba en un conducto de fábrica que las preservaba de los cambios atmosféricos y de las impurezas del terreno que atravesaba, y por cuyo fondo corría el cristalino líquido en virtud del permanente declive de la conducción hacia la urbe que había de abastecer, y para salvar los valles empleaba el puente-acueducto llamado de Agua rodada.

Esta sencilla solución dada por los Romanos al problema de conducción de aguas, perduró en su esencia durante los siglos siguientes, y la única diferencia esencial que se encuentra entre el trazado de los antiguos y los modernos, proviene de la frecuente aplicación que desde el pasado siglo se hace de los sifones de hierro para evitar la aplicación de los grandes puentes-acueductos, que son siempre de más lenta y costosa ejecución.

Los Romanos emplearon también en muy contados casos los sifones, lo cual prueba que conocían el principio físico de equilibrio de los líquidos en los vasos comunicantes en que se fundan, y si no los adoptaron con más frecuencia era porque las ventajas que entonces ofrecían sobre el puente-acueducto estaban muy lejos de ser comparables a las que los inmensos adelantos de la fabricación del hierro proporcionan en la actualidad, y a pesar de ello pueden citarse notables ejemplos que manifiestan que en esta cuestión hemos imitado a los antiguos.

Constituyen, pues, los viajes de aguas romanos que se conservan en nuestra patria el más elocuente testimonio de la perfección relativa que en la época de los Césares alcanzó este género de obras de tan primordial necesidad para la vida de los pueblos, cuyas suntuosas fábricas ofrecen una inquebrantable solidez que desafía la acción de los tiempos, y sus robustas proporciones y grandes dimensiones reales, les imprimen un sello de grandiosidad que revelan los potentes esfuerzos de las generaciones que los han erigido.

No deben, pues, no, las Corporaciones populares recurrir a la piqueta demoledora para destruir los venerandos monumentos que nos legaron nuestros antepasados y que simbolizan su interesante historia.
Más grata y noble misión está encomendada a los Municipios, cual es la de edificar erigiendo los edificios y mejorando los servicios de policía urbana que les están encomendados.

La Academia, en vista de estas consideraciones, tiene el honor de proponer a V. I. que se ordene al Ayuntamiento ovetense la conservación de dicho monumento.

Madrid, 12 de marzo de 1915
El ponente, Adolfo Férnández Casanova

Fuente Biblioteca Cervantes virtual

Finalmente, los arcos de los Pilares fueron derribados, quedan como testigos mudos de la historia cinco arcos, que sobrevivieron, incluso, a posteriores planes de urbanismo.

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Fermín Canella y Secades fue un defensor a ultranza de los arcos de los Pilares, como muestra en un artículo publicado en El Correo de Asturias(2 de diciembre de 1905):

- Señor Alcalde del Excmo. del Ayuntamiento de Oviedo. (...) Dicho sea con el mayor respeto. V.E. no ha considerado bien la trascendencia del acto por el que se aprobó en principio la demolición de aquel estimable monumento a cambio de exiguas ventajas y de pequeña obligación por la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte. Fuente www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/rahis.htm



Expediente sobre el acueducto de Los Pilares (extensa documentación en Biblioteca Cervantes virtual)


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