2 de enero de 2009

1982: Israel invade Líbano

.



Documental BBC/ 2001/ The Accused [ Transcripción ]

Shlomo Argov acababa de asistir a un encuentro en un hotel de Londres, en Park Lane. Subiendo al vehículo, tres desconocidos se le acercaron. Uno le apuntó a la cabeza y disparó. Estuvo en coma durante tres meses y quedó paralizado de por vida. Hacía dos años que era el embajador israelí en Gran Bretaña. Los hombres de Abu Nidal, el terrorista palestino escindido de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Yasser Arafat, habían intentado asesinarlo. No pudieron. El diplomático moriría muchos años después, en 2003. Sí lograron apurar lo que parecía un viejo anhelo israelí: invadir el sur del Líbano y terminar con las huestes de la OLP allí acantonadas.


Tres días después del atentado contra Argov, el 6 de junio de 1982, Israel invadió el Líbano con la mira puesta en la dirección de la OLP a pesar de que la inteligencia israelí había advertido al gobierno del primer ministro Menahem Begin de que el responsable del ataque al diplomático no había sido la Organización para la Liberación de Palestina sino la agrupación de Nidal, uno de los jefes terroristas más temidos desde la década de los setenta y uno de los mayores enemigos de Yasser Arafat.


No era la primera vez que Israel invadía el Líbano. Un atentado de las filas de Arafat contra un autobús israelí en Tel Aviv ya había empujado en 1978 al Ejército israelí hasta el sur del Líbano en busca de milicianos palestinos. La resolución 425 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas obligó ese mismo año a Israel a retirarse inmeditamente del país vecino.

En violación de la resolución del Consejo de Seguridad y bajo las órdenes del entonces ministro de Defensa, el "halcón" Ariel Sharon, Israel reingresó al Líbano (en plena guerra civil desde hacía siete años) en la operación "Paz para Galilea" que rápidamente cobró la forma de un nuevo conflicto en la región.

La idea era empujar unos 40 kilómetros hacia el norte del límite libanés-israelí —hasta las ciudades de Tiro y Sidón— a las milicias de la OLP, que desde hacia años hacían llover cohetes Katiusha sobre las poblaciones israelíes. Sin embargo, la invasión diseñada por Sharon llegaría mucho más allá en tiempo y espacio, hasta la misma Beirut.

La guerra árabe-israelí de fines de los 40 había provocado hacia suelo libanés una marea de más de 100.000 refugiados palestinos, en una creciente tendencia inmigratoria unificada por un sesgo de izquierda y poco religioso, algo que los shiítas libaneses vieron con desprecio.

En 1975, los palestinos en Líbano eran más de 300.000, y un nido para la OLP, que armó en el sur libanés su propio bastión, con 15.000 hombres, tanques, cañones y artillería.

Los shiítas libaneses toleraron la invasión israelí, enemistados con los apóstatas seguidores de Yasser Arafat. Pero la permanencia "sionista" en Líbano pronto generaría anticuerpos y la creación, con ayuda de Irán y Siria, de grupos como el Hezbollah que han jurado desde 1982 y hasta el día de hoy luchar contra Israel.


La milicia shiíta del Hezbollah, tachada de organización terrorista por los Estados Unidos, cuenta hoy con cientos de combatientes y seguidores. Desde 1992, es parte de la vida política libanesa, con una representación parlamentaria de por los menos 14 legisladores.


Dos meses después del ingreso de Israel a territorio libanés se alcanzó un alto el fuego que en los hechos introdujo una fuerza multinacional de norteamericanos, italianos, franceses y británicos que supervisarían la salida de la OLP del Líbano. A las fuerzas israelíes, en cambio, se les permitió quedarse bajo la condición de no seguir avanzando sobre Beirut.

En septiembre de 1982, el ministro de Defensa Ariel Sharon denunciaba la permanencia en Beirut de centenares de milicianos de la OLP, camuflados en los enclaves de palestinos de Sabra y Shatila. Las fuerzas israelíes no entraron a esos campos para terminar con el supuesto remanente de guerrilleros. En cambio los rodearon y no evitaron que milicianos falangistas cristianos, viejos rivales de los palestinos, hicieran el trabajo. Durante tres días miembros de la Falanges Libanesas entraron e hicieron estragos bajo la mirada de las fuerzas israelíes. Nadie sabe exactamente cuántos palestinos murieron. Algunos hablan de 700 víctimas fatales; otros, de más de tres mil. Cuando la prensa ingresó al lugar se encontró con un tendal de cuerpos desparramados y mutilados.


Impresionante documento periodístico es el relato del escritor francés Jean Genet, que se encontraba en Beirut en septiembre de 1982 y acudió horas después al lugar de la masacre, momento que plasmó en"Cuatro horas en Chatila":





Extracto del libro:
Tuvimos que rellenar de agua todos los recipientes de la casa. El teléfono fue cortado cuando los soldados israelíes y las inscripciones hebraicas entraron en Beirut Oeste. Igualmente lo fueron las carreteras. Los carros [de combate israelíes] Merkaba, siempre en movimiento, vigilaban toda la ciudad a la vez que adivinábamos el espanto de los ocupantes por no convertirse en blancos fijos. Sin duda temían la actividad de los morabitun y de los fedayines que habían podido quedarse en Beirut Oeste.
Al día siguiente de la ocupación israelí estábamos prisioneros, pero me pareció que los invasores eran más despreciados que temidos, causaban más desagrado que miedo. Ningún soldado reía o sonreía. El tiempo aquí no era para tirar arroz ni flores.
Desde que las carreteras estaban cortadas, los teléfonos mudos, privado de comunicación con el resto del mundo, por primera vez en la vida me sentí palestino y odié a Israel.
En la Ciudad Deportiva, junto a la carretera Beirut-Damasco, en el estadio casi destruido por los bombardeos intensivos de la aviación, los libaneses entregaban a los oficiales israelíes amasijos de armas, al parecer, todas deterioradas voluntariamente.
(...)

El profesor de historia H. dice: - "Nosotros acusamos a Israel de las masacres de Chatila y Sabra. No carguemos estos crímenes sobre la espalda de sus sicarios, los kataeb. Israel es culpable de haber introducido en los campos dos compañías de kataeb, de haber dado las órdenes, de haberlos animado tres días y tres noches, de haberlos pertrechado, de haberles dado de beber y de comer, de haber iluminado el campo por la noche".
De nuevo H., profesor de historia, me dice: "En 1917 el golpe de Abraham se repitió, o si prefieres, Dios era ya la prefiguración de lord Balfour . Dios, decían y dicen todavía los judíos, ha prometido una tierra de miel y de leche a Abraham y a sus descendientes, mientras que este territorio no pertenecía al dios de los judíos (estas tierras estaban llenas de dioses), este territorio estaba poblado por los cananeos, que también tenían sus dioses, y lucharon contra las tropas de Josué hasta robarles el célebre arca de la alianza sin la cual los judíos no hubieran obtenido la victoria. Inglaterra en 1917 todavía no poseía Palestina (esa tierra de miel y leche), puesto que el tratado que le concedía el Mandato todavía no había sido firmado".
(...)
La soledad de los muertos, en los campos de Chatila, era más sensible porque tenían gestos y poses de las que no se habían preocupado. Muertos de cualquier forma. Muertos abandonados. No obstante, en el campo, a nuestro alrededor, flotaban todos los afectos, las ternuras, los amores en busca de palestinos que ya no responderán.


— ¿Cómo comunicárselo a los parientes que se han ido con Arafat confiando en la promesa de Reagan, de Mitterrand, de Pertini, de no tocar a las poblaciones civiles de los campos ?
¿Cómo decir que han dejado masacrar a los niños, a los ancianos, a las mujeres, y abandonado los cadáveres sin oraciones? ¿Cómo informarles de que se ignora dónde están enterrados?

Las masacres no se perpetraron en silencio y en la oscuridad. Alumbrados por los cohetes luminosos israelíes, los oídos israelíes estaban, desde el jueves por la tarde, a la escucha en Chatila. Qué fiestas, qué juergas han tenido lugar allí donde la muerte parecía participar de la bacanal de los soldados ebrios de vino, ebrios de odio, y sin duda ebrios de alborozo por complacer al Ejército israelí, que escuchaba, miraba, animaba, reprendía. No he visto al Ejército israelí escuchando y mirando. He visto lo que hizo.
(...)

Muchas preguntas quedan planteadas. Si los israelíes sólo han iluminado el campo, escuchado y oído los disparos efectuados por todas las municiones cuyos cartuchos he pisado (decenas de miles) ¿Quién disparó realmente? ¿Quién arriesgó su piel asesinando? ¿Los falangistas? ¿Los haddadíes ? ¿Quiénes? ¿Cuántos? ¿Dónde han ido las armas que han causado todos estos muertos? ¿Y dónde aquellas de los que se defendieron? En la parte del campo de refugiados que he visitado, sólo he visto dos armas anti-carro no utilizadas.

¿Cómo se introdujeron los asesinos en el campo de refugiados? ¿Estaban a todos los efectos los israelíes encargados del campo? En cualquier caso, ya estaban el jueves en el hospital de Acca, frente a la puerta del campo.

Se ha escrito en los periódicos que los israelíes entraron en el campo de Chatila en cuanto supieron de las masacres, y que las hicieron cesar al momento, es decir, el sábado. ¿Qué hicieron con los autores de la masacre? ¿Dónde están?
(...)

Hay que saber que los campos de Chatila y Sabra son kilómetros y kilómetros de callejuelas estrechas —las callejuelas son tan angostas, tan esqueléticas que dos personas no pueden avanzar a no ser que uno de ellos se ponga de perfil— obstruidas por escombros, bloques, ladrillos, harapos multicolores y sucios, y por la noche, bajo la luz de los cohetes israelíes que alumbraban el campo, quince o veinte francotiradores, aun bien armados, no hubieran logrado hacer esta carnicería.

Los asesinos participaron en gran número y probablemente también escuadras de verdugos que abrían cabezas, tullían muslos, cortaban brazos, manos y dedos, arrastraban, trabados con una cuerda, a gente agonizando, hombres y mujeres que vivían aún porque desde la sangre ha chorreado abundantemente de sus cuerpos, hasta el punto de que no he podido saber quién, en el pasillo de una casa, había dejado ese riachuelo de sangre seca, desde el fondo del pasillo donde estaba el charco hasta el umbral donde se perdía en el polvo. ¿Era un palestino? ¿Era una mujer? ¿Un falangista del que habían evacuado el cuerpo?
(...)
¡Cuando se piensa en las precauciones que se toman en Occidente en cuanto se constata una muerte sospechosa, las huellas, el impacto de las balas, las autopsias y los expertos! En Beirut, nada más conocer la masacre, el ejercito libanés tomaba inmediatamente bajo su mando los campos de refugiados y enseguida borraba tanto las ruinas de las casas como las de los cuerpos. ¿Quién ordenó esta precipitación? Después de que esta afirmación recorriese el mundo: cristianos y musulmanes se han matado entre ellos; después de que las cámaras hubieran registrado la ferocidad de la matanza.

El hospital de Acca ocupado por los israelíes, frente a la entrada de Chatila, no está a doscientos metros del campo, sino a cuarenta. ¿Nada visto, nada oído, nada comprendido?. Es lo que declara
Menájen Begin en la Knesset [parlamento israelí]: “Unos no-judíos han masacrado a unos no- judíos, ¿en qué nos concierne eso a nosotros?”

Extraído de "Cuatro horas en Chatila" de Jean Genet: http://www.nodo50.org/csca/palestina/genet/jean-genet.pdf


La presencia israelí en el interior del Líbano se extendió durante tres años, cuando se replegó a la frontera en el sur libanés, donde levantó una zona de seguridad para proteger a las poblaciones del norte de Israel Técnicamente, la invasión de 1982 culminó en junio de 1990, cuando el Ejército israelí se retiró completamente. Entonces, desde la Alta Galilea, blanco durante décadas de los ataques de los cohetes lanzados primero por la OLP y luego por Hezbollah, el premier Ehud Barak casi en forma de vaticinio advirtió que cualquier intento de grupos guerrilleros de atacar el territorio judío será considerado "un acto de guerra". Tomado de http://otrosmovil.clarin.com/diario/2006/07/13/elmundo/i-02401.htm





.

No hay comentarios:

Publicar un comentario