Edom era una comarca al sur de Palestina, que se extendía entre el Golfo de Aqaba y el Mar Muerto. Sus habitantes, los edomitas, eran un pueblo semita mencionado muchas veces en el Antiguo Testamento. Se instalaron al este de Arabia hacia fines del siglo XIV a.C., en los territorios tomados por Hor, que debe su nombre a que estos hombres vivían primitivamente en cuevas (horin o habitantes de las cuevas).
Alrededor del año 1200 a.C., controlaban las rutas de comercio entre Damasco y Arabia. A partir del siglo VII a.C., los edomitas construyeron centros urbanos en las montañas, algunos fortificados, aunque fueron tributarios sucesivos de Asiria, Babilonia y Persia.
La respectiva extensión de los pueblos edomita y hebreo hizo que se enfrentasen, lo que degeneró en guerras en la época de los Jueces (s. XII a.C.) y la monarquía de Saúl (s. XI a.C.).
El rey David, de Israel, se apoderó del país edomita. Salomón reforzó su empresa en Edom fundando el puerto de Ezion-Geber, desde donde lanzó su flota hacia el comercio del Mar Rojo. Gracias a la debilidad israelita tras la muerte de Salomón, los edomitas recobraron su independencia. En el curso de estas guerras, el rey Amasias se apoderó de la ciudad denominada Sela, la roca, un lugar identificado por algunos autores con el macizo montañoso de Umm el Biyarah, al S.O. del circo de montañas, donde se extiende la ciudad baja de Petra.
Aprovechándose de la toma de Jerusalén por los asirios (587 a.C.) para ocupar el sur de Judá, los edomitas se ganaron el odio eterno de los judíos. Esto hizo que la ciudad fuera más una posición defensiva que una ciudad en el verdadero sentido del término. Una posición fuerte donde los edomitas podían esconderse en caso de peligro sin necesidad de construir edificios ni levantar paredes, refugiándose en las cuevas naturales.
El movimiento de los clanes edomitas hacia el sur de Judá hacia el siglo VI a. C. debió ser correlativo a las presiones de la tribu árabe de los Nabateos.
Los 'nabatu' habitaban la costa occidental de la península arábiga. En torno al siglo VI a.C., unos clanes que habían fracasado como piratas en el mar Rojo decidieron emigrar al norte. Ni siquiera era un grupo homogéneo, sino un pueblo disperso, una confederación de tribus seminómadas. En su éxodo, estos nabatu se enriquecieron asaltando caravanas. Al llegar a Petra hallaron a los edomitas, hegemónicos en las tierras al sur del Mar Muerto y decidieron asentarse.
Y así, en algún momento del siglo IV a.C. los nabatu (o nabateos) ocuparon Petra y la hicieron su capital. Una parte de los edomitas se trasladó al norte, para ser acosados por los reyes judíos. Entre dos fuegos, los edomitas emigraron al oeste, al sur de Palestina, donde se conocerían como los idumeneos. Sorprendentemente, los lazos entre ambas naciones perduraron. Por ejemplo, el padre del rey Herodes el Grande era idumeneo y su madre nabatea.
La ciudad nabatea llevaba el nombre de ‘Gaia’, era la residencia de los soberanos antes de que se instalasen definitivamente en el circo rocoso, conocido después como Petra.
En el siglo VI a.C., los nómadas nabateos comenzaron a sedentarizarse, infiltrándose en el país edomita. Esta zona y sus habitantes fueron absorbidos e influidos culturalmente por la importante corriente de los árameos o Aklamu, tribus de nómadas semitas errantes desde el siglo XIII a.C., empujados hacia el oeste por la ‘Invasión de los Pueblos del Mar’ (siglo XII a.C.), de los que formaban parte los caldeos, llegando hasta la región de Palmira y Karkemish .
Esta migración aramea fue el hecho histórico más importante del Próximo Oriente (durante el II milenio a.C). A pesar de que al final las vicisitudes políticas les fueron desfavorables, su lengua suplantó al hebreo en Palestina, fue la lengua oficial del Imperio Persa y del Neobabilónico, durando hasta la época de Jesucristo, que hablaba arameo.
El nombre arameo de Petra era ‘RQM’, el topónimo exacto era «Reqem cerca de Gaia». A la muerte de Alejandro Magno se formaron los reinos helenísticos y la región nabatea fue fuente de conflictos entre Lágidas y Seleúcidas, debido a su condición de encrucijada de comercio, tanto marítimo como terrestre, cerca del Mar Rojo y las rutas de desierto de Arabia, hacia Egipto y los puertos del mar Mediterráneo oriental . En este cruce de caminos, Petra servía de depósito de tesoros y de centro dispensador de comercio.
Los nabateos advirtieron pronto que era mejor negocio cobrar a las caravanas para asegurarles un tránsito tranquilo que saquearlas. Además, les ofrecían y cobraban alojamiento y comida. Bajo el Imperio Heleno de los seleúcidas, y después con la dinastía Ptolemaica, la zona floreció por el comercio y se fundaron nuevas ciudades, como la actual Ammán. Las batallas intestinas de ambas dinastías permitieron a los nabateos controlar las caravanas entre Arabia y Siria.
El carácter poco belicoso de los nabateos les hizo apoyar a menudo a una u otra Dinastía, buscando sólo la libertad de su comercio. El progreso de los judíos Asmoneos les hizo luchar contra ellos. Y también cuando finalmente Roma llegó a Oriente se enfrentaron a las fuerzas de Pompeyo. Un rey nabateo llegó hasta Damasco en el año 84 a.C. y eso hizo que los romanos les ‘tomasen en cuenta’. Pompeyo el Grande mandó contra Petra a su lugarteniente Scauro, que no pudo tomarla, aunque consiguió un tributo en plata de los nabateos, a cambio de su libertad. La ciudad se convirtió en residencia real con Aretas III. En torno al 150 a.C., el rey Aretas III 'Filoheleno' (84 - 56 a.C.) consiguió extender el dominio nabateo hasta Damasco y firmó la paz con los judíos, adoptó la escritura griega y acuñó moneda.
Buena parte de las mercancias que entraban en el Mediterráneo lo hacían ya de manos nabateas. Su reino se había convertido en el centro de comercio de especias desde Meda'in Saleh a Palmira, Gaza, Mesopotamia, la península del Sinaí, Egipto y el Imperio Romano. Su opulencia llevó a los romanos a intentar someter la ciudad en tres ocasiones. Pompeyo atacó la ciudad y consiguió doblegarla en los años 64 y 63 a.C. No obstante, pactó su independencia a cambio de dinero y de servir como 'marca' ante las tribus del desierto.
Aretas IV (8 a.C.-40 d.C.) llevó a cabo una hábil política llegando en su influencia hasta Damasco nuevamente, donde residía una importante colonia nabatea que tenía a su cabeza un etnarca dependiente de Aretas. Durante el gobierno de este rey se construyeron en Petra bellas tumbas, y Hegra se convirtió en una colonia de Petra, en Arabia. En esta época se erigen los más vistosos monumentos, las mayores obras de almacenamiento de aguas y riego y se acrecienta la romanización. Malcio III, hijo de Aretas IV, brindó tropas a Vespasiano y Tito para conquistar Jerusalén, aunque después perdería Damasco.
Para colmo de males, los romanos abrieron una ruta por el mar Rojo hasta Egipto. La anexión de Arabia por Trajano debió representar un duro golpe para el comercio caravanero de Petra. De hecho, Trajano convirtió a Bostra en capital de la provincia de Arabia, que se convirtió también en el centro comercial, suplantando a Petra que atravesó un período de decadencia relativa. A partir del 106 d.C., las caravanas ya no pasaban necesariamente por la capital nabatea, sino que preferían la ruta más corta que pasaba por Bostra, en la que fueron a confluir cinco vías de comercio, las que antes fluían desde Petra.Como consecuencia, los mercaderes más emprendedores de Petra emigraron a Bostra, que fue embellecida en tiempos del emperador que nació en ella: Filipo el Árabe. También la pérdida de los privilegios por parte de Petra fue la causa de la prosperidad de dos ciudades: Palmira y Jerasa. Palmira, la ciudad del desierto sirio fue visitada en el año 116 por Trajano que la colmó de privilegios, haciéndola Adriano ciudad libre en 129 d.C., tomando la ciudad el nombre de Adriana Palmira.
Pero las ruinas de Petra aún dan fe de sus momentos de esplendor. El área urbana estaba rodeada por una muralla construida a finales de la época helenística, mientras que, en un primer momento, sólo la ciudadela estaba fortificada.
la entrada del Siq, el estrecho pasadizo formado por el curso del Wadi Mousa, cuyas aguas fueran desviadas en la antigüedad, se encuentra una necrópolis rupestre que presenta los característicos ‘nafesh’, obeliscos o estelas que simbolizan el alma del difunto. Estos monumentos se pueden fechar a finales del siglo II a.C. y constituyen la perduración en el tiempo de un tipo de tumba muy extendido en Siria en época helenística.
Al final del camino del Siq se puede observar la espléndida fachada de piedra roja de la tumba llamada Él Khazneh Firaun (El tesoro del Faraón), tal vez la más elegante y coherente de las fachadas de tipo helenístico de Petra. Se ha pensado que podría tratarse del mausoleo de Aretas IV.
Una de las construcciones más grandiosas de Petra es la del Ed-Deir («el Monasterio»), que se levanta sobre la elevación del mismo nombre, al noreste de la ciudad.
La vía principal de Petra en época romana es el "cardo máximo", una calle pavimentada que sigue el curso del Wadi Mousa, en parte canalizado y en parte cubierto.
Al norte y al sur, la ciudad presenta una disposición en terrazas, bastante escarpadas, con viviendas excavadas en la roca.
Se sabe, por las inscripciones de los miliarios, que el sector meridional de la vía que Trajano mandó construir para unir Bostra al Mar Rojo se terminó entre el año 110 y el 111. La vía tenía seguramente como misión facilitar el tráfico caravanero que llegaba al Imperio romano procedente de Áqaba y Arabia.
Petra era una ciudad alejada de Roma en medio del desierto, pero no por ello menos sofisticada que otras muchas ciudades de la zona, y se abrió aún más al mundo exterior que en época helenística. Así pues, la erección de un arco monumental, construido tres años después de terminarse el sector meridional de la vía de Trajano, ha de situarse en el contexto de estos nuevos contactos con el mundo romano. De este modo los habitantes de Petra, tras la anexión al Imperio, transformaron su ciudad en una verdadera metrópoli romana. Los nabateos adoptaron la cultura romana con la misma avidez con la que habían absorbido la helena.
El cristianismo llegó a la ciudad entre el siglo IV y el V, cristianos y aristocracia pagana se llevaban bien.
El 19 de mayo del año 363, un terremoto destruyó media ciudad: el anfiteatro, los templos principales, muchas casas del centro y la calle porticada. Y, sobre todo, el sistema hidráulico. La ciudad se redujo a pequeños núcleos donde se concentraba una población cada vez más escasa. No se sabe si los habitantes de Petra dejaron la ciudad antes o después del seísmo, pero sí que lo hicieron en orden y sin premura.
El abandono acabó por destruir las conducciones de agua, lo que hizo imposible habitar otros lugares del valle. Las zonas montañosas mantuvieron sus pueblos, apiñados en torno a los manantiales, donde siguieron usando sus casas de piedra tradicionales, cultivando la tierra en terrazas y manteniendo el sistema hidráulico. En el año 747, otro terremoto sacudió la ciudad. Tras él, no quedó nada.
En 1100, Balduino I, conde de Edesa, acudió en auxilio de los monjes de San Aarón, en Petra, que adujeron hostilidades de los sarracenos. Rescatados los religiosos, Balduino se ciñó la corona del reino Latino como primer Rey de Jerusalén y volvió a la ciudad para levantar una fortaleza que protegiera sus territorios más allá del castillo de San Abraham. La de Petra fue la última fortaleza oriental abandonada por los cruzados en su repliegue de 1189 ante Saladino. Para entonces, Petra ya no era más que un monumento de sí misma y había caído en el olvido de Occidente, aunque los viajeros que la alcanzaron bajo el Imperio Otomano, siguieron dando testimonio de su pasada belleza.
En el siglo XII, aún aparece en el famoso mapa (tabla) de Peutinger, que detalla los grandes centros urbanos y de comercio del Imperio Romano. En 1778, Petra reaparece aparece en un mapa basado en el Onomasticon de Eusebio, en el segundo volumen de The Works of Flavius Josephus, publicado en Londres.
Apenas comenzado el siglo XIX el joven suizo Johann Ludwig Burckhardt se había preparado a conciencia como explorador estudiando astronomía, medicina, botánica y, sobre todo árabe. Después marchó a Siria, donde residió dos años para comprender las costumbres y tradiciones musulmanas. Para entonces se hacía llamar Ibrahim Ibn Abdallah y se había convertido al islam.
En 1812, la Asociación Africana del British Foreign Office estaba preparando una expedición a algunas zonas desconocidas de África y confió a Burckhardt una misión: debía partir a El Cairo.
Burckhardt había llegado con otro beduino, que a su vez recibió dos cabras y veinte piastras por guiarle durante 350 kilómetros desde las ruinas del castillo de Shobak, en las cercanías de Petra, hasta Egipto. Ese era el verdadero objetivo del suizo, contratado por una sociedad británica que promovía 'descubrimientos' en África. Es decir, acumulaba informes de sus agentes para facilitar la colonización. El Cairo era el punto de partida de Burckhardt, porque desde allí debía avanzar hasta la costa oeste de África en una caravana. Pero la casualidad saludó al suizo en su travesía, y quiso que pasara a la Historia como el occidental que reencontró la ciudad olvidada de Petra. Todo, por un cambio de itinerario: eligió la entrada por la actual Jordania y no la vía de Trípoli, como habían hecho otros exploradores desaparecidos.
Así que aquel agosto de 1812, cuando encontró al guía local que le llevaría hasta Egipto, el origen de Burckhardt, cuando menos, resultaba confuso. Justo antes de emprender viaje con su guía, Burckhardt oyó hablar de unas 'antigüedades admirables', en un recóndito lugar de Wadi Musa o Valle de Moisés. Entonces, según escribió en su diario —publicado póstumamente en Londres bajo el título Viajes por Siria y Tierra Santa—, tuvo que inventar una excusa para que su guía lo llevara hasta allí: «La pura curiosidad de ver el wadi —relató— habría levantado las sospechas de los árabes. Por lo tanto, fingí que había hecho el voto de sacrificar una cabra en honor de Harún (Aarón), cuya tumba sabía que estaba situada en el extremo del valle; mediante esta estratagema pensé que podría ver el valle de camino a la tumba. Mi guía nada tenía que objetar a eso; el temor de que cayese sobre él, si oponía resistencia, la cólera de Harún, le acallócompletamente». Para su suerte, Burckhardt se mantuvo inquebrantable: justo antes de entrar al Wadi Mousa, su guía hizo un último intento de que sacrificara la cabra en cualquier montaña de la zona, desde donde podía ver, a lo lejos, la cima donde se supone que está enterrado Aarón, el hermano de Moisés. Según el Corán, es el mismo lugar donde Mahoma recibió la revelación. Lo que está claro es que a Aarón lo veneran cristianos, judíos y musulmanes, y lo único que Burckhardt tenía claro es que no pensaba sacrificar la famosa cabra mirando la cima desde la lejanía. Así consiguió Burckhardt presentarse en la aldea de Eldjy, a la entrada de Wadi Mousa, y acabó conociendo y contratando a Hussein Jamal, para que le descubriera la ciudad secreta a cambio de 'dos herraduras'. Por fin Burckhardt lograba entrar a Petra.
Su fascinación fue tan intensa como el temor a que descubrieran su artimaña. Anotó en la memoria lo que veía, para poder transcribirlo luego en su diario, donde cita: «Lamento no poder dar un inventario muy completo de esas antigüedades, pero conocía muy bien el carácter de la gente que me rodeaba; estaba sin protección en medio de un desierto en el que jamás había sido visto un viajero, y un examen detallado de esas obras de infieles, como las llamaban, habría levantado la sospecha de que yo era un mago en busca de tesoros; cuanto menos hubiese sido detenido y me habrían impedido proseguir mi viaje a Egipto. Con toda probabilidad me habrían robado el poco dinero que poseía y, lo que era infinitamente más valioso para mí, mi diario». Tomado de 'Petra, una historia de piedra'
En 1818, Charles Irby y James Mangles, oficiales de la Marina Británica, visitaron Petra. Tras ellos, vendrían los franceses León de Laborde y Linant, el reverendo Robinson y los ingleses David Roberts y Henry Layard, entre otros.
En 1832, el pintor David Roberts viajó por España. Se detuvo en Andalucía durante casi tres meses y su estancia en Córdoba y Granada despertarían en él la admiración por los pueblos musulmanes que lo llevarían más tarde a recorrer el corazón del islam. El 7 de febrero de 1839, este errante e intrépido escocés acompañado por dos viajeros ingleses –John Pell y John G. Kinnear– y varios guías musulmanes, cruzó el istmo de Suez para alcanzar Petra.
Hasta 1984, unos 1.500 beduinos de la tribu Bdoul seguían ocupando muchas tumbas. Ese año, el gobierno realojó a las familias en la aldea de Wadi Musa. Y entonces llegó el turismo y se acabó el misterio de la ciudad rosa…del desierto.
P.S. Muchas gracias a Xabel Romero por sus fotografías del valle de Petra
Tomado de:
http://petraweb.org/index.htm y http://e-spacio.uned.es/fez/eserv.php?pid=bibliuned:ETFSerie2-6013C8CE-2582-AFA1-93B5-6BD20A50E1F0&dsID=PDF
Maravillosa y mítica Petra. Un lujo para mi vista.
ResponderEliminarLoly
Interesante la informacion, inclusive las fotos son muy lindas por lo que reflejan lo hermoso de la arquitectura nabatea, de hecho quiero comentar que el reino de los nabateos no termina alli, sino que llega hasta Palmira en Siria de la cual ya tienes la foto anexada y termina en Arabia Saudita en lo que se conoce como Al-hijr que tambien se le conoce como Madain Saleh. En lo que si, Arabia Saudita es dificil de viajar porque la embajada solo le entrega visas al los musulmanes sunitas y no a musulmanes shitas, ni catolicos, ni cristianos, ni judios, ni budistas, etc, apenas los que las visitan son los trabajadores residentes con, permisos especiales porque en Medina como en la Meca le estan prohibidos a los extranjeros y turistas no musulmanes por tratarse de lugares sagrados del islam especialmente de la secta sunitas.
ResponderEliminarGracias de todas maneras por la informacion.